Casi que detesto los blogs en los que sus autores cuentan sueños. Bueno. Tal vez sea para odiar un poquito más a éste, pero voy a contar uno que tuve anteanoche.
Estábamos en un bar. De esos con sillones bajitos y mesitas ratonas. Iluminados por algunas velas. Supongo que buena música.
Una morocha de veintipico y yo. Charlábamos y reíamos mucho.
Nos dimos un beso. Un primer beso.
Su cara cambió, se puso seria, que tiene novio y que se yo.
Pero volvimos a besarnos. Nada erótico. Un beso dulce y suave. Como si supiéramos.
Y me desperté. Sonriendo. No me importaba el frío que hacía. Volví a tener esa sensación, ausente desde hace años. Esa adrenalina de las primeras citas. Esa de los besos que por fin se dan y que, lejos de los nervios atravesados, nos llenan por completo.
Todo el día de ayer recordé ese sueño. Y cuando me acosté, estaba seguro de que al dormirme iba a retomarlo en donde lo había dejado. Pensé en mirar bien su cara para reconocerla si algún día me la cruzara en el tren o en algún otro lado. Como si uno pudiese manipular sus sueños.
Así me dormí.
Hoy a la mañana sonó el despertador y lo primero que pensé fue en el frío que hacía.
La morocha me plantó. Debe haber soñado con su novio.