Para que no se vaya el 2010 sin haber posteado algo
Vuelvo en cualquier momento.
Entre otras cosas, porque ella sigue teniendo a este blog entre sus recomendados.
Tal vez le guste.
Yo creo que tiene esa sección de su blog medio descuidada.
Mentira. Primer pecado de este sitio. Bah... mentira u ocultamiento. Este blog narra partes de mí ocultas, oscuras. De un yo fictício o muy distinto al real o al que suelo mostrar. Mi otro yo.
Vuelvo en cualquier momento.
A partir del momento que descubrimos un tic ajeno, o una muletilla, nos hacemos tan sensibles a ellos que es difícil que se nos escape alguna vez. Y muchas son tan evidentes que no podemos creer no habernos dado cuenta antes.
Con esa misma lógica, cuando algún pequeño misterio se nos revela, comenzamos a reparar en él.
A mi me cambió la forma de mirar a las mujeres cuando “descubrí” sus hombros.
Veo en ellos el comienzo de las curvas. Cuando dibujo en el aire una silueta femenina imagino el inicio en el hombro.
Para mi gusto tienen que estar algo marcados. No al extremo de Linda Hamilton haciendo de Sarah Connor en Terminator, pero tampoco fláxidos y fofos. Tienen que tener la forma justa.
Disfruto cuando el atuendo permite lucirlos y dejarlos al descubierto. Se los destaco, aunque esa mujer en particular no me resulte del todo atractiva. Ese rasgo me puede. Pero no es que todas las mujeres con lindos hombros me gusten, pero si todas las mujeres que me gustan (y me gustaron) tienen lindos hombros.
Por eso, recomiendo: empiecen a mirarle los hombros a las mujeres. Les va a cambiar la vida.
Bueh… no es para tanto.
Cómo sería la muerte merecida para cada uno? Acaso debiera ser el mismo final el de un miserable que el de uno que ha honrado la vida?
Se me ocurre decir que quien ha vivido con dignidad, entereza, respetando y haciéndose respetar, tendría que morirse sin sufrimiento. Y por el contrario un canalla ser merecedor de una agonía triste y prolongada. Pero no ocurre así.
Lamentablemente el final es el mismo para todos. Nos encontramos en el lecho ante un juego ridículo y desparejo en el que existe un sólo resultado: la derrota.
La muerte es déspota. Se impone. No pregunta. No discrimina entre buenos y malos, ricos y pobres, jóvenes y viejos. Llega cuando quiere.
No voy pensar que quien mejor muere es aquel que elije cómo y cuándo debe ser.
Hoy perdió el juego un tipo de los buenos. Mi luto y todo mi respeto.
Si tuviera ganas de sentarme a hablar acerca de tristezas y depresiones, tendría material de sobra para unos cuantos posts.
No iba a elegir a otro. Abrió el mazo como un abanico y me dijo:
- Saque una carta amigo. Yo me voy a dar vuelta y usted con esta lapicera la firma justo en el centro.
Hacía cerca de una hora que el mago itinerante estaba plantado delante de nuestra mesa.
Era en un bar. Cualquier bar. De esos en los que se llega después de dar vueltas en la noche.
Armado sólo con un mazo de cartas, el hombre caminaba entre las mesas regalando sus trucos. Hacía uno, o a lo sumo dos, y seguía su recorrida. Pero éste no era el caso, se había quedado delante de nosotros.
Tomó la carta firmada y la mezcló entre las demás.
El tema era conmigo. Él se había dado cuanta de que yo no disfrutaba de su magia y que estaba todo el tiempo tratando de descubrirlo. Incluso llegué, en una actitud miserable, a decir a mis amigos en voz alta cómo el mago nos ‘engañaba’.
Sinceramente nunca supe cómo hizo ninguno de sus trucos. Y menos aún cuando sacó la carta con mi firma de su boca.
Entonces, casi derrotado, usé el último recurso que me quedaba para dejar mal parado al tipo y le dije:
- Bueno… ya que es tan mago, por qué no hace que la morocha de aquella mesa se enamore de mí. Sí, la segunda empezando desde la derecha.
Mientras negaba con la cabeza me dijo abusando de la ironía:
- Amigo… Yo hago que las cosas sucedan mágicamente. No tienen explicación. En cambio en el amor son todos trucos.
Dio media vuelta y se fue.
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Para no perder esta (nueva) costumbre.
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